lunes, 5 de enero de 2015

Versos como surcos

De las muchas materias en las que me reconozco ignorante en esta vida, una de ellas es la poesía.

De mis años de estudiante de Filología me quedó el gusto por la poesía del Siglo de Oro, tan decodificable ella, y por el Alberti que se debatía entre el clavel y la espada. Después, ya todo fue prosa.

Hasta estas pasadas Navidades, en que Tierra de invierno, de Elías Gorostiaga, llegó a mis manos. Conocía a Elías desde que descubrí su blog de crónicas literarias –y del que inmediatamente me hice fan- por eso, cuando supe que había publicado un poemario con Playa de Ákaba, sentí una enorme curiosidad, que por suerte ha podido ser satisfecha.

 
Los paisajes de Tierra de invierno trasladan a un tiempo herido de muerte, donde las abuelas se calientan junto a un brasero mientras velan la fiebre de los niños y donde el búho custodia el paso de las horas en la inacabable noche del invierno. Imágenes que recuerdan a la Lluvia amarilla de Julio Llamazares –ya presente en la cita que arranca el poemario- pero que también me han hecho pensar en los paisajes rurales de las novelas de Miguel Delibes.

Un poemario de versos como surcos, cuya lectura te encoge el estómago y hiela el corazón, plagado de escarcha y musgo, de leche recién hervida y de pastores que miran a la nada mientras un cigarrillo se les consume en los labios.

Un libro circular, que es imposible no releer, lleno de olores y colores antiguos. Ideal para ser leído al amor del fuego o, en su defecto, bajo el calor de un buen nórdico.
 
X

No existe el tiempo en la memoria de estas tierras.
Son las mañanas la única vida de los hombres,
los únicos trabajos, el único cansancio, la única fiebre.
 

Nada es posible esperar bajo las nubes grises,
bajo la bóveda cerrada y sin luna,
blanca y luna.
 

Ningún cantar recorre las estepas,
ni los motores las vegas adormecidas.
 

Los recuerdos muerden tanto como el fuego,
más que cualquier afilada mandíbula.
 

Hoy los campos amanecen más pálidos.
Para la primera luz una bolsa de sol blanca
y el cadáver de un paisaje agotado, abandonado,
que grita la desesperada canción de cuna,
luna y blanca y luna.[1]

 


[1] Tierra de invierno, Elías Gorostiaga, Ed. Playa de Ákaba, enero 2015.

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