miércoles, 29 de julio de 2015

Un canto a la libertad femenina



Soledad Vega
Se diría que Amanda Helsing escribe pensando exclusivamente en un público femenino, adepto a libros ambientados en lugares exóticos con un trasfondo de aventuras y romances. La etiqueta “novela de paisaje” puede llevarnos a creer que se trata de un producto prefabricado y de fórmula fácil, con fines predominantemente comerciales en el que no prima una exigencia por la calidad literaria.

Pues bien, no es así.

En el caso de su primera novela La isla prometida, publicada por Ediciones B y  dentro de la colección landscape novels el caparazón que rodea al libro (cubierta, contraportada, publicidad o la ubicación en los escaparates de las librerías de gran público) no es más que eso: un envoltorio. Una apariencia externa que puede hacer pensar que estamos ante una obra más, dentro del fenómeno de novelas de paisaje escrita sólo por mujeres y para mujeres.

Vista actual de la isla de Chiloé
¿Qué historia nos cuenta Helsing? Mujer blanca curación busca. Se trata de las aventuras de Anna Velarde, una joven holandesa que enviuda y queda sumida en una tremenda depresión. Corre el año 1871 en Amsterdam y la protagonista no tiene ninguna intención de convertirse, ni en cazadora ni heroína. Pero el misterioso mensaje que recibe, acerca de un posible remedio que cure su depresión, la conduce a la exótica isla de Chiloé al sur del Pacífico donde la sorpresa, el misterio y la búsqueda de la verdad y la justicia la llevan a convertirse en una cazadora y luego en heroína. Sin pretenderlo.

El tema de la novela bien puede ser el amor, pero también el sentido de la vida, la búsqueda del lugar en el mundo o incluso el conflicto entre ciencia y religión. Los personajes están construidos desde una perspectiva psicológica que define hasta el más mínimo detalle de su carácter y personalidad. La protagonista debe enfrentarse a un enemigo oscuro: el patriarcado y la actitud paternalista con que los diferentes personajes masculinos la tratan. Es entonces cuando Anna Velarde decide luchar y dejar atrás su falta de confianza, su dificultad para tomar decisiones y su dependencia de otros y evolucionar hacia la confianza y depender de sí misma.

La isla prometida pertenece a ese elenco de obras que cumplen con las expectativas creadas, sin trampa ni cartón, y con el viejo y acertado dicho: lo prometido es deuda. Y Amanda nos paga con creces la deuda con una obra escrita con clase, rigor y calidad literaria, fruto del buen oficio de la autora y aunque está claro que busca tocar la fibra del público femenino también toca muchas teclas afines a otros públicos. Como aquellas fascinantes novelas de juventud en las ocasionales tardes lluviosas y refrescantes de verano.

Por sacarle algún defecto, en la lectura se aprecia la existencia de algún anacronismo que sin ser especialmente grave, sí era evitable. Asimismo, la primera mitad es introspectiva y hasta que la acción y la aventura no empiezan a aparecer pueden haber pasado demasiadas páginas, por lo que algunos lectores podrían desubicarse y abandonar la lectura. En cualquier caso, ya sea introspección o aventura la escritora deja patente un dominio absoluto del lenguaje, de la trama y su estructura interna y de la coherencia y verosimilitud en un texto ambientado en el siglo XIX.

Indio huiliche. Pueblo originario de Chile
Cabe decir que la curiosidad me llevó a conocer a la escritora. La tarea no fue fácil. Sólo a través de un imbricado nudo de casualidades y contactos en el momento y lugar precisos me condujeron a acordar una entrevista con ella. Amanda es suiza, bióloga, trabaja en una multinacional y compagina dicha actividad con la escritura. Al igual que Anna la protagonista del libro, tiene su conexión con España y es que Amanda descansa en verano en un pueblo de la Costa Brava a donde me desplacé para entrevistarla.

Amanda se me antojó una mujer cercana y lejos de cualquier canon preconcebido que a más de uno se le hubiera podido ocurrir, dada su profesión y lugar de origen. Dejémoslo claro: ni era rubia, ni estilosa, ni refulgía glamour, ni tenía cuello de cisne. Es más, fumaba tabaco negro y no se cortaba en proferir palabras malsonantes o beber cerveza del propio botellín, modales que no impedían transmitir un encanto y una sensibilidad que me hizo recordar la frágil mirada de Carson McCullers. En el transcurso de la entrevista la autora suiza dejó entrever la posibilidad de una segunda parte de las aventuras de Anna Velarde.

La isla promete.


Amanda Helsing

La isla prometida
Ediciones B. 439 págs. 19€ 

lunes, 5 de enero de 2015

Versos como surcos

De las muchas materias en las que me reconozco ignorante en esta vida, una de ellas es la poesía.

De mis años de estudiante de Filología me quedó el gusto por la poesía del Siglo de Oro, tan decodificable ella, y por el Alberti que se debatía entre el clavel y la espada. Después, ya todo fue prosa.

Hasta estas pasadas Navidades, en que Tierra de invierno, de Elías Gorostiaga, llegó a mis manos. Conocía a Elías desde que descubrí su blog de crónicas literarias –y del que inmediatamente me hice fan- por eso, cuando supe que había publicado un poemario con Playa de Ákaba, sentí una enorme curiosidad, que por suerte ha podido ser satisfecha.

 
Los paisajes de Tierra de invierno trasladan a un tiempo herido de muerte, donde las abuelas se calientan junto a un brasero mientras velan la fiebre de los niños y donde el búho custodia el paso de las horas en la inacabable noche del invierno. Imágenes que recuerdan a la Lluvia amarilla de Julio Llamazares –ya presente en la cita que arranca el poemario- pero que también me han hecho pensar en los paisajes rurales de las novelas de Miguel Delibes.

Un poemario de versos como surcos, cuya lectura te encoge el estómago y hiela el corazón, plagado de escarcha y musgo, de leche recién hervida y de pastores que miran a la nada mientras un cigarrillo se les consume en los labios.

Un libro circular, que es imposible no releer, lleno de olores y colores antiguos. Ideal para ser leído al amor del fuego o, en su defecto, bajo el calor de un buen nórdico.
 
X

No existe el tiempo en la memoria de estas tierras.
Son las mañanas la única vida de los hombres,
los únicos trabajos, el único cansancio, la única fiebre.
 

Nada es posible esperar bajo las nubes grises,
bajo la bóveda cerrada y sin luna,
blanca y luna.
 

Ningún cantar recorre las estepas,
ni los motores las vegas adormecidas.
 

Los recuerdos muerden tanto como el fuego,
más que cualquier afilada mandíbula.
 

Hoy los campos amanecen más pálidos.
Para la primera luz una bolsa de sol blanca
y el cadáver de un paisaje agotado, abandonado,
que grita la desesperada canción de cuna,
luna y blanca y luna.[1]

 


[1] Tierra de invierno, Elías Gorostiaga, Ed. Playa de Ákaba, enero 2015.