martes, 4 de marzo de 2014

Puertas abiertas

Rondan las cinco de la tarde y el grupo que se concentra junto a la valla del recinto se va haciendo cada vez más numeroso. Cerca de cincuenta adultos ya, con edades comprendidas entre los 30 y los 40 -y donde abunda la estética pijoflauta- aguardan el pistoletazo de inicio de la jornada de puertas abiertas.

Entre ellos y la hipotética tierra prometida para sus hijos, una profesora que repasa meticulosamente una lista con los nombres de los que han cumplido con el protocolo de concertar cita previa.

Superado el trámite, los padres –la mayoría en pareja- asaltan las instalaciones de educación infantil siguiendo las indicaciones de las profesoras de apoyo, que extienden el índice en dirección a las aulas, como quien señala el camino hacia el paraíso. Los más avispados entran en la clase de P3 móvil en ristre, tomando instantáneas -a diestro y siniestro- que en pocos segundos volarán por la Red en busca del smarthphone del consorte ausente.

Un rápido vistazo a las fotos que coronan cada una de las diminutas perchas basta para constatar el alumnado multicultural del centro, donde sin embargo claman por su ausencia las de niños gitanos, a pesar de que las instalaciones provisionales de la escuela se hayan en la Plaça del Poble Romaní, testimonio de la tradicional presencia de esta etnia en Gràcia.
 
El rápido tour por las clases de P3, P4 y P5, que se usan también como ambientes de experimentación –aclarará después la directora- desemboca en el aula de psicomotricidad, convertida en sala de reuniones.

Unos sesenta adultos buscan todavía acomodo en sillas destinadas a humanidades mucho más reducidas, cuando  la directora les da ya la primera estocada: por problemas de espacio la escuela solo dispone de una línea para P3 y de las 25 plazas reglamentarias, 17 están ya destinadas a niños con hermanos escolarizados  en el centro. Hasta los menos duchos sacan pronto las cuentas. Un rumor de consternación recorre la sala y se producen las primeras deserciones entre los asistentes. Una madre anota todo en un bloc de bolsillo, mientras otra amamanta tranquila a su bebé de meses, sabedora de que con este segundo todo será más fácil cuando le llegue el momento.

Toma el relevo la cap d’estudis para cantar las bonanzas de su sistema educativo: experimentación y trabajo por proyectos (gestos de aprobación). Tampoco usan libros (más gestos de aprobación) y los niños son libres de elegir en qué ambiente quieren estar durante la primera parte de la jornada (conatos de aplausos). El clima de euforia se enfría un poco cuando la ponente confiesa que la comida de los pequeños la sirve un servicio de cáterin, pero se recupera rápidamente cuando ésta aclara que “por supuesto” se elabora con productos ecológicos.
Los materiales que utilizan son neutros y naturales –maderas sin barnizar, pone como ejemplo-.  Acaso por eso, y a pesar de que no usan libros, la cuota anual por este concepto asciende a 230€, poniendo en evidencia que el respeto por el entorno sigue sin estar al alcance de todos los bolsillos.

Las deserciones se dejan ver sin disimulo en la ronda de preguntas. El hecho de que solo queden ocho plazas libres ha pasado definitivamente factura entre la audiencia. Por eso será ya pocos los que se queden a escuchar cuando la representante del AMPA explique que las decisiones se toman de forma asamblearia.

Un monoparental consulta su reloj y se escabulle aprovechando la última remesa de evadidos. En la calle la tarde es ya noche y el frío de febrero apremia el paso.

Un par de adolescentes gitanas cruzan la calle cogidas del brazo, mientras tararean entre risas una rumba de Niña Pastori.