La frase se lee al pie de una
foto donde un hombre de torso desnudo, toalla enroscada sobre los hombros y
abdominales tableteras, mira al objetivo con actitud confiada y piel sudorosa. El anuncio -de una conocida cadena de clubs
deportivos- hace tiempo que recibe al viajero frente a las taquillas del
metro, recordándole que se borró del gimnasio tras la enésima subida del IVA.
En primera instancia podría parecer que el gancho publicitario
es fallido, al menos para esa porción de público objetivo que no terminará
de entenderlo y que tal vez se haga alguna de estas preguntas:
¿Es Carles un mal padre por
dedicar largas horas de gimnasio a cultivar su abdomen en lugar de estar con
sus vástagos?, ¿existirá alguna relación entre el deporte y la fertilidad?, si Carles fuese Carla, ¿luciría esas
abdominales?
Dicen que la buena publicidad debe llegar de forma directa al inconsciente, a la zona más primitiva de nuestro cerebro -la parte reptil- la que hace suyo el mensaje sin objeciones y, todavía menos, sin preguntas. Si esta era la intención, la conocida cadena debería pedir a la agencia de publicidad que le devolviese su dinero. No así, si lo que buscaba era que el viajero retuviera su nombre a costa de generarle extrañeza. Porque en materia de publicidad -no nos engañemos- lo que de verdad importa es que hablen de uno.
Teorías al margen, lo que sí sabe
el viajero es que en adelante, cuando vea el nombre de esta conocida cadena de
clubs deportivos, no va a poder evitar acordarse de este anuncio y que la imagen del tipo sudoroso y de
abdominales pétreas -que fue capaz de engendrar dos vidas simultáneamente- le
acompañará hasta el fin de sus días con él.