lunes, 27 de mayo de 2013

La parte reptil

Carles, 34 anys, pare de bessons [i].

La frase se lee al pie de una foto donde un hombre de torso desnudo, toalla enroscada sobre los hombros y abdominales tableteras, mira al objetivo con actitud confiada y piel sudorosa. El anuncio -de una conocida cadena de clubs deportivos- hace tiempo que recibe al viajero frente a las taquillas del metro, recordándole que se borró del gimnasio tras la enésima subida del IVA.


En primera instancia podría parecer que el gancho publicitario es fallido, al menos para esa porción de público objetivo que no terminará de entenderlo y que tal vez se haga alguna de estas preguntas:

¿Es Carles un mal padre por dedicar largas horas de gimnasio a cultivar su abdomen en lugar de estar con sus vástagos?, ¿existirá alguna relación entre el deporte y la fertilidad?, si Carles fuese Carla, ¿luciría esas abdominales?
 

Dicen que la buena publicidad debe llegar de forma directa al inconsciente, a la zona más primitiva de nuestro cerebro -la parte reptil- la que hace suyo el mensaje sin objeciones y, todavía menos, sin preguntas. Si esta era la intención, la conocida cadena debería pedir a la agencia de publicidad que le devolviese su dinero. No así, si lo que buscaba era que el viajero retuviera su nombre a costa de generarle extrañeza. Porque en materia de publicidad -no nos engañemos- lo que de verdad importa es que hablen de uno.


Teorías al margen, lo que sí sabe el viajero es que en adelante, cuando vea el nombre de esta conocida cadena de clubs deportivos, no va a poder evitar acordarse de este anuncio y que la imagen del tipo sudoroso y de abdominales pétreas -que fue capaz de engendrar dos vidas simultáneamente- le acompañará hasta el fin de sus días con él.



[i] Carles, 34 años, padre de gemelos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Continuidad en el parque

La moto de Lucía toma velocidad en la bajada y se detiene de un frenazo frente a la cerca. Rondan las seis en una tarde soleada de mayo y, si no fuese por el tobogán, nada diferenciaría este parque de una estación de metro en hora punta.
 
Una madre de melena rubia y desordenada nos sujeta la puerta mientras Lucía forcejea con su moto, negándose a que la ayude. Le doy las gracias en catalán y me responde “Prego”, lo cual me recuerda que Gràcia –el mejor barrio de Barcelona según los lectores de TimeOut- haría parecer cualquier anuncio de Benetton cosa de aficionados.

Portada de la revista TimeOut Barcelona #268

Sin mediar palabra, Lucía abandona la moto a su suerte y emprende una carrera de reconocimiento por el parque, de la que regresa –apenas un minuto más tarde- con su primer botín: una pala y dos moldes para jugar con la arena. Fiel a su fijación de los últimos tiempos, uno de ellos representa a una vaca sonriente; el otro es un cerdito que desafía a las leyes de la naturaleza con su verde esmeralda, razón por la que, tal vez, luce un semblante más serio. Este aspecto no parece, sin embargo, preocupar en absoluto a mi hija y sí el hecho de su reducido tamaño: ¡Petitó, petitó![i], grita incansable mientras lo agita a escasos centímetros de mis narices.
 
Busco con la mirada a la víctima de su hurto, pero nadie parece echar en falta los juguetes. Intento entonces recabar alguna información a través de mi retoño, pero la niña parece haber entrado en bucle y no consigo arrancarle otra palabra que no sea el tamaño del cerdito.
-Tranquil·la, les ha agafat d’aquella capsa[ii]- me dice una madre autóctona, mientras intenta impedir que su hijo coma tierra. Siguiendo la dirección de su índice, descubro una caja de plástico tipo Ikea, situada en el centro de la zona de juegos de arena. Me acerco a investigar. Dentro del cuadrilátero demarcado con pequeños postes de madera hay, al menos, media docena de niños -ninguno de ellos mayor de tres años- que juegan con rastrillos, cubos y palas marcados con las iniciales “S.T”.  Todavía considerando la posibilidad de que los padres de algún Sergi Tomás  hayan decidido deshacerse del excedente acumulado en material de playa, caigo en la cuenta de que la mencionada caja luce el letrero Social Toys y la url de un blog.
 

Durante la siguiente hora me dedico a observar -confieso que también a vigilar- a los niños y padres que usan estos juguetes.  Nadie, a excepción de mí,  parece sorprendido por la presencia de la caja y los padres muestran el gesto relajado del que sabe que no tendrá que preocuparse por recorrer el parque en busca de los juguetes de su hijo cuando se marche.

Considero la posibilidad de que haya una cámara oculta, pero entonces caigo en la cuenta de que estamos en un parque de Gràcia. Una tras otra, las familias van abandonando el lugar, no sin antes depositar los juguetes utilizados en la santa caja, que garantizará su continuidad en el parque.

Cuando llega nuestra hora, Lucía intenta llevar consigo el cerdito contranatural, pero la obligo a devolverlo, prometiéndole que regresaremos a jugar con él. Nada convencida de mis argumentos, recupera la moto y emprendemos la vuelta a casa.

Lucía avanza con dificultad por la subida de Passeig Sant Joan. Como siempre, no me deja que la ayude.



[i] ¡Pequeñito, pequeñito!
[ii]  Tranquila, los ha cogido de aquella caja.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Be right back (‘Vuelvo enseguida’)


Anoche vi el primer capítulo de la segunda temporada de Black Mirror, esa mini serie inglesa que anda, últimamente, en boca de todo moderno que se precie.

En Be right back (‘Vuelvo enseguida’) Martha y Ash ven truncada su relación de pareja con la muerte de éste último en un accidente de coche.  Incapaz de asimilar la pérdida, Martha tiene conocimiento de la existencia de un revolucionario software que, a base de rastrear las intervenciones públicas en redes sociales de la persona fallecida, es capaz de recrear su personalidad y ofrecer así la posibilidad de volver a interactuar con ella. Lo que en un principio parece que no pasará de ser una suerte de macabro chat post-mostem, pronto se convertirá en simulaciones de conversaciones telefónicas y tras ellas –en una última vuelta de tuerca- en una recreación física completa de Ash en forma de replicante.
Imagen de Be right back
 
Me inquieta sobremanera el dilema moral que plantea esta historia, y que a mi modo de ver es reflexionar sobre hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para recuperar a un ser querido.

Desde anoche que no paro de darle vueltas a esta idea, y se me ha ocurrido que -aunque a primera vista pueda parecer que la única pérdida irreparable sea la ocasionada por la muerte física de alguien- existen también otros tipos de muertes que sería igualmente fantástico poder remediar. Pienso por ejemplo en los amigos del alma que dejaron de serlo, o en los amores que creímos para toda la vida y en que sería estupendo disponer de un software como el de esta serie, que nos permitiese reconstruirlos, hacerles volver justo antes de que se produjera el accidente. Recuperar a esos seres queridos para una última conversación antes de que –a pesar de seguir vivos- murieran para nosotros o nosotros para ellos.