viernes, 8 de marzo de 2013

Las muñecas rusas de Amélie Nothomb



Tres historias por el precio de una podría ser el slogan-gancho con que captar espectadores para Cosmètica de l’enemic, la adaptaciónque Pablo Ley ha hecho de la novela homónima de Amélie Nothomb, y que tras estar en cartel en la sala Muntaner de Barcelona, se encuentra ahora de gira por tierras catalanas.


Para quien no tenga conocimiento previo de la obra de Nothomb, la primera idea que de buen seguro venga a la mente del espectador, es que el universo de esta escritora, circunstancialmente belga -pero formada en medio mundo-es de todo menos simple.  Más aún: es oscuro,poliédrico y retorcido.


 La primera historia de Cosmética de l’enemic nos sitúa en la sala de espera  de una aeropuerto,  donde un hombre de negocios, Jêrome Angust, (Xavier Ripoll) intenta distraerse del retraso de su vuelo leyendo un libro; pretensión que pronto se verá frustrada por la irrupción de Textor Texel (Lluís Soler) que con aspecto desaliñado y actitud impositiva empezará a explicarle la historia de su vida, marcada por la violencia y el horror.


De este modo sabremos de la infancia atípica de Texel, criado por sus abuelos tras el suicidio de sus padres, o de su perfil sociópata que lo empuja a calificar de historia de amor de su vida lo que en realidad fue una violación cometida sobre una desconocida. La repugnancia producida por esta revelación sumerge a Angust en una batalla dialéctica sin tregua con su “secuestrador”, que conduce al espectador a un nuevo descubrimiento y con él a la segunda historia:   el desafortunado encuentro con Texel no tiene nada de fortuito.


Cartel promocional de la obra

La tercera historia de Cosmètica de l’enemic sólo podría explicarse espoileando el desenlace de esta lucha a dos voces, por lo que las pistas habrá que buscarlas en el título de la obra y en el significado más clásico del término cosmética, que en palabras del propio Textel es la ciencia del orden universal, de suprema moral que determina el mundo. Así, nuestro camino natural, nuestro destino cósmico no puede ser otro que el de enfrentarnos a nuestros demonios, sean estos reales o imaginarios.

Un relato existencialista narrado con la técnica de las muñecas rusas, que no deja de sorprender al espectador hasta el final; lo cual tiene especial merito si se tiene en cuenta que la puesta en escena de Magda Puyo es del todo austera: un pequeño escenario, con dos bandos metálicos –como único atrezzo-  que se eleva apenas un metro sobre las cabezas de los espectadores, y que se encuentra rodeado a cuatro vientos por el público, al que parece que nada pueda ocultarse y del que resulta imposible escapar,  que logra transmitir a la perfección la sensación de asfixia a la que se ve sometido Angust por Texel, o lo que es lo mismo: el digno pero a ratos sobreactuado Ripoll en manos de la apisonadora interpretativa de Soler.

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