miércoles, 11 de diciembre de 2013

Carreteras secundarias

Siempre que termino un libro que me ha gustado pienso: este libro tiene que leerlo mi madre.

Mi madre no es una gran lectora, no al menos, en el modo tradicional; se inició en la lectura bien avanzada la edad adulta y carece de formación teórica, pero tiene lo único que –a mi modo de ver- es necesario para poder apreciar la buena literatura: sentido común y criterio.

Por eso pensé en ella cuando leí Carreteras Secundarias (1996), del escritor maño Ignacio Martínez de Pisón, a quien ya conocía por El día de mañana (2011) y que me había dejado muy buen recuerdo.

Carreteras Secundarias es una novela iniciática, que cuenta la peripecia vital de Felipe, adolescente confundido y abúlico, en la España del tardofranquismo. La voz de un Felipe adulto evoca en primera persona su existencia errante -a bordo de un Citröen Tiburón- a lo largo de la geografía española junto a su padre, antiguo señorito de provincias caído en desgracia que intenta escapar a su nueva condición de donnadie, pasando de negocio en negocio, todos igual de absurdos y provisionales, e igual de condenados al fracaso.

Si tuviera que explicar porqué me ha gustado el libro, hablaría sin duda de la maestría y naturalidad con la que Martínez de Pisón refleja la evolución psicológica de Felipe, que pasa de despreciar profundamente a su padre y a todo lo que él representa, a terminar identificándose con él: “Era como si mi padre hubiera ido dejando por el camino grandes trozos de sí mismo y como si yo los hubiera recogido e incorporado a mi vida y forma de ser”[1], dice el propio Felipe. Por supuesto, también hablaría de los memorables secundarios y de las grandes dosis de ironía y humor –en todas sus tonalidades-  sobre las que se construye la novela.

Después de leer el libro me he enterado de que fue llevado al cine en 1997, con notable éxito de crítica y público (todo lo exitosa, claro está, que puede ser una película española entre el público español). La protagonizaban Antonio Resines, Maribel Verdú y Fernando Ramallo.

De momento me resisto a verla. La historia de Martínez de Pisón me ha dejado demasiado buen sabor de boca.




[1] Carreteras Secundarias, Ignacio Martínez de Pisón, Ed. Seix Barral. Barcelona. 2011, pág. 274.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Una agridulce historia iniciática

Hubo un tiempo en el que Barcelona no era el parque temático en el que hoy se ha convertido. Un tiempo en el que todos y cada uno de los barrios que lo conformaban tenían su propio carácter e historia, que los diferenciaba del resto y los hacía únicos.

También hubo un tiempo en el que uno de esos barrios, la antigua villa independiente de Gràcia, no era el actual barrio cosmopolita y moderno en el que guiris y bohemios se pelean por vivir. Un tiempo en el que no figuraba en las guías turísticas y en el que la inmensa mayoría de sus habitantes era gente de clase trabajadora.

En ese tiempo, y en esa Gràcia, se sitúa Cerdo ruin, hombre gato, la última incursión en la ficción de Patricia Muñiz, a quien ya entrevistamos para este blog  el pasado mes de abril. En esta ocasión, la escritora barcelonesa deja a un lado la temática erótica con tintes futuristas, a la que nos había acostumbrado con obras como Corriente Sanguínea o  Play Room, para contarnos la historia de Alcides Pardo, un preadolescente rebelde y brillante que se refugia en la ensoñación y en la amistad para escapar a una existencia que se le antoja de un insoportable gris.
Portada de Cerdo ruin, hombre gato.
 Ilustración de Elliot Birkin
 
De la mano de Alcides viajamos a la Gràcia de principios de los años ochenta, un espacio temporal idealizado, en el que los niños aún pueden jugar solos en la calle hasta el anochecer, en el que las madres todavía tejen jerséis de punto para sus hijos y en el que todo un barrio, una ciudad se sienta a un mismo tiempo frente al televisor para deleitarse con las aventuras de una pandilla de niños que veranea en la Costa del Sol.

Pero Cerdo ruin, hombre gato nos habla también de un tiempo reservado para la brutalidad, un tiempo en el que el castigo físico forma parte de la educación de los niños y en el que jóvenes de ideología neonazi queman mendigos para divertirse.

Una deliciosa y agridulce historia iniciática.
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Nota: Cerdo ruin, hombre gato se ha publicado simultáneamente en castellano y catalán y puede descargarse gratuitamente de la web de la autora, Patricia Muñiz, en formato ePub y pdf.
 
 

jueves, 19 de septiembre de 2013

El aroma más dulce

Al principio lo achacó a la gripe. La congestión y la fiebre le habían golpeado como nunca, esta vez, sometiendo su cuerpo y confundiendo sus sentidos. ¿Por qué no también al olfato?
 
Los primeros días había podido ocultarlo sin dificultad. Con una llamada a su secretaria había bastado: se tomaría un descanso. No tuvo que dar muchas explicaciones. Al jefe nunca se le piden.

Pero los días habían ido pasando. Primero despacio y después vertiginosamente, hasta que sin darse cuenta, ya habían transcurrido casi dos semanas desde el primer brote de fiebre. Pero el olfato no había regresado.

Entonces pensó que tal vez fuera cosa del estrés. Con el lanzamiento de la nueva gama de productos, las cosas se habían puesto muy duras y en más de una ocasión había tenido que realizar maratonianas jornadas de hasta 15 horas. Tenía que tratarse de eso: su organismo había decidido rebelarse contra los abusos a los que había venido sometiéndolo, privándole de lo que más necesitaba.

La opción facultativa quedó descartada desde el principio. Era del firme convencimiento de que si uno iba al médico éste terminaba siempre por encontrarte algo. Sólo era cuestión entonces de relajarse y dejar que las cosas se normalizaran por sí solas.
 
Un cuadro de estrés fue la excusa oficial que postergó su regreso al trabajo.
Lo probó todo: desde el yoga al taichi pasando por las técnicas de relajación budista, la música New Age y la Opera Chillout, pero nada dio resultado. Su nervio olfativo seguía tan bloqueado como su vida.
 

Poco a poco fue perdiendo el interés por la comida, que le resultaba insípida y aséptica, limitándose a ingerir alimentos- cuales fueran, qué más daba- cuando la debilidad se apoderaba de su cuerpo. Hasta que una mañana sintió que no había ya nada que pudiese hacer y desesperado, se rindió a la evidencia: tendría que ir al médico.

El otorrino lo recibió como agua de mayo. Un caso como el suyo no se presentaba todos los días, amén de que el pobre hombre andaba harto de diagnosticar infecciones de oído y amigdalitis. Así que se dedicó a estudiar su problema con el mimo e interés de un médico en prácticas y no fue hasta haberle sometido a infinidad de pruebas e interminables días de espera que se decidió a darle el veredicto.

Su anosmia era permanente e idiopática- ¿por qué los médicos se empeñan siempre en torturarnos con términos que no parecen de este mundo?- ‹‹Es decir, que según el resultado de las pruebas no tiene una causa identificable››,  le había aclarado después, ante su cara de pasmo. ‹‹Al desconocerse el origen de la patología – había añadido- no existe un tratamiento aplicable, lo cual significa que podría sea irreversible››.
 
La noticia ni siquiera le sorprendió. De algún modo, hacía tiempo que lo sabía.  Con un distraído apretón de manos, agradeció al médico su sinceridad y salió de la consulta.
 
Una vez en casa la decisión ya estaba tomada. Despachó a la asistenta antes de lo habitual y sin perder un solo minuto dispuso lo necesario en su habitación. Cuando todo estuvo listo, se tumbó en la cama y cerró los ojos, imaginando cómo, al día siguiente, la prensa se haría eco de la noticia: ‹‹ M.R.M. fundador del mayor holding perfumístico del país ha sido hallado sin vida en su casa. Por el momento, se desconocen las causas de su muerte. ››
Pero entonces le sobrevino la idea  -quemar su último cartucho- y concluyó que no perdía nada por intentarlo.
 
Consultó el reloj y, tras comprobar que se acercaba la hora punta, se apresuró a salir de casa y se encaminó hacia el metro. Rememorando los tiempos en que todavía no podía permitirse coche de empresa, descendió al andén, a tiempo aún para colarse en el último vagón del convoy que en esos momentos retomaba su marcha.
 

Entonces buscó al pasajero de aspecto más castigado por la jornada. Lo divisó al fondo del compartimento: un hombre de traje anticuado y corbata de vistosos colores. Tras media docena de codazos, se situó a su lado. Junto al tipo del traje, un viejo de pelo gris, ojos claros y chaqueta de puños raídos sonreía al vacío y repetía, una y otra vez: "Dicen que hay Dios, pero es mentira, si la gente que roba muriera de cáncer, entonces no lo sería".
 
Intentando abstraerse a la salmodia del extraño profeta, cerró los ojos y clavó la nariz en el sobaco del hombre del traje anticuado, dejando que su mente hiciera el resto, y volara en busca de la condensación de olores que,  de buen seguro, en aquel mismo instante debían estar mezclándose en su pituitaria.  Rastreó,  hasta lo más recóndito de su cerebro, el recuerdo olfativo de tantos otros momentos vividos como aquel, mientras la letanía del viejo resonaba una y otra vez en sus oídos.  

Hasta que se produjo el milagro y M.R.M rompió a llorar de felicidad, extasiado por el olor del sobaco de su vecino de viaje; sin duda, el aroma más dulce.
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Fotografías cedidas por Cristina Costales   Licencia de Creative Commons
La obra de Cristina Costales está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Dejarse enredar

De la infancia me quedó el gusto por que me cuenten cuentos, por dejarme enredar en el hilo del que me explica una historia, y en ésas he pasado estos últimos días con El buen amor, la nueva novela de Olga Bernad.

Desde la valentía de la primera persona -tan subjetiva y engañosa ella- Bernad se mete en la piel de Víctor, un jubilado que se enamora de La Ojos”, una jovencísima universitaria que vive unos pisos más arriba, en su misma escalera. Y es que la tentación siempre vive arriba.

Portada de El buen amor, con ilustración de José Herrero

La narradora zaragozana consigue con pasmosa facilidad algo que a priori parece imposible: que el lector supere sus escrúpulos frente a la voz misógina, depresiva y misántropa del protagonista para terminar, no solo empatizando con él sino hasta identificándose con su mirada ofuscada de viejo enamorado. Cómo un tipo de existencia gris, y  de miras y mundo aún más estrecho, pueda acabar pareciéndonos un personaje sumamente atractivo es algo que sólo unos pocos escritores, como Olga Bernad, pueden hacer.
El buen amor me ha dejado con ganas de más, que es como te deben dejar los buenos libros,  y me ha reafirmado en la idea de que no existe la literatura de género, sino solo buena o mala literatura, escrita circunstancialmente por hombres o mujeres.


(El buen amor ha sido publicado por Ediciones Nuevos Rumbos, Colección Fuera de Serie, 2013. Para saber más sobre la autora: http://cariciasperplejas.blogspot.com.es/)

martes, 13 de agosto de 2013

Ai, Manel!


Por Jesús Sánchez Tenedor / Ciutat Satélite

Es fa difícil per a un ortodox com el que subscriu aquestes línies - format i educat en la cultura musical del blues i el hard rock - establir línies d’anàlisi crític per grups de música pop o folk. Però en el cas de la formació barcelonina dels Manel he de fer una clara i evident excepció, per les següents raons:

Fa pocs mesos editaven el seu tercer àlbum: Atletes baixin de l’escenari. Una tercera publicació no és un fet baladí. La majoria de crítics i experts musicals determinen la segona publicació d’àlbums com aquella frontera que estableix la continuïtat o no d’una formació musical. Penso - car al contrari - que és en el tercer àlbum on es manifesta el filtre més crític. Aquell que determina si la vida d’un conjunt es consolida com una expressió que deixa empremta. I si ha fet evolucionar una idea que perviu a l’èxit del primer àlbum (Els millors professors europeus, en el seu cas).


Portada del disco "Atletes baixin de l'escenari"
Els Manel ho han aconseguit. Atletes baixin de l’escenari deixa enrere un timbre molt proper al folk i a la narració d’històries senzilles, superant amb nota el segon àlbum, 10 milles per veure una bona armadura i desvela els dubtes generats, fent una evolució inesperada. Però tampoc sense cometre l’error de renegar del seu propi estil (en aquest punt, no puc deixar de pensar en l’aberració que va cometre en el seu dia el grup madrileny Dover). Manel han sabut fer créixer una idea. Des del timbre elèctric imprès a les noves composicions fins a prescindir d’ instruments de vent, ukeleles i arranjaments acústics o de corda. Les seves lletres continuen tenint aquell to tan literari i poètic, però la construcció narrativa s’ha tornat més complexa i críptica. Aporten amb mesura alguns tocs metamusicals (Ai, Yoko!) o de surrealisme (Imagina’t un nen). Però sobre tot, s’han atrevit a despullar-se instrumentalment, aportant un so endollat i directe. I ben equilibrat en el pols rítmic, que executen amb molta professionalitat el baix Martí Maymó  i el bateria Arnau Vallvé. Les guitarres d’en Roger Padilla (sí, guitarres en plural) sonen senzilles però són la punta d’un iceberg on l’enginyeria de riffs i arpegis és complexa; però no es nota. Darrera el treball d’en Roger hi ha una excel·lència en el mètode i l’elaboració que, ratllant el preciosisme, es tradueix en una execució brillant. Especialment, a l’hora de fer brillar una Grestch de color negre. Ben és sabut el so de caixa que s’aconsegueixen amb aquests models i que casen perfectament amb l’univers sonor dels Manel. Per arrodonir tot plegat, la veu i guitarra acústica d’en Guillem Gisbert marca la personalitat definitiva del grup.

Cartel del festival "Pròxims"
Aquesta percepció obtinguda sentint el disc es transportable al concert al que vam assistir el passat 10 d’agost, dins la gira d’aquest àlbum, com a caps de cartell del Festival Pròxims al Castell Medieval de Calonge. Un festival amb l’actuació de diversos grups de nova fornada, però al que bàsicament vam anar per sentir els Manel i al grup que li precedia: El Petit de Cal Eril, una més que interessant proposta de folk-rock amb tocs psicodèlics, secció de vent inclosa. El recinte i una professional posada en escena va quedar espatllada per un evident retard en l’organització: els Manel van començar a actuar una hora més enllà de l’horari previst. Però, com passa a molts concerts, les expectatives eren tan altes que aviat es va passar el disgust per als amants de la puntualitat. La prova més evident que no es sotmetran a l’esclavitud  d’un passat nostàlgic és que només van interpretar tres cançons del seu primer disc, entre d’elles Ai, Dolors i Al mar). I si hi havia dubtes, van executar la pràctica totalitat de temes d’ Atletes baixin de l’escenari, amb un èxit entre el públic que gaudia de l’actuació amb mirada encesa, mentre tentinejaven els seus cossos al ritme del repertori. Un punt criticable és la picada d’ull a la crisi econòmica amb el tema Un directiu em va acomiadar, acudint a un recurs fàcil i tòpic com instrument de crítica, que es podrien haver estalviat, donat el seu estil de narradors d’històries que fugen de fórmules fàcils.

Crec obvi revisar qüestions alienes a l’aspecte musical, però que malauradament omplen pàgines i comentaris a la premsa, blocs o revistes musicals: aquelles derivades de l’ identitat entre música i política. Estic parlant dels intents de politització d’un grup que va per lliure i sap identificar de forma intel·ligent què aporta valor afegit – o no - a la seva música i es despreocupa per saber què en pensen els sectors espanyolistes, que es miren els fets culturals del territori catalanoparlant com un subproducte del colonialisme més ranci i decimonònic, o en el millor dels casos, amb una visió paternalista.

No, aquí hem vingut a parlar de música. Els Manel no necessiten etiquetes ni guàrdies pretorianes de periodistes o polítics oportunistes. Ja es veurà en un futur què fan. De moment, gaudim d’un bon disc de gent honesta que va a la seva. Al marge de modes. Fins i tot, al marge de fórmules.

Ai, Manel!

domingo, 4 de agosto de 2013

Venus in Fur: personajes mutantes


Las promesas son para cumplirlas, sino no se hacen. A Cristina le había prometido unas entradas para ir juntas a ver alguna obra de teatro, con la excusa de su cumpleaños. Desde que la rutina de la edad adulta nos devoró necesitamos de este tipo de pretextos para seguir en contacto.

Cartel de Venus in Fur
 Investigando en la Red, en busca de qué ir a ver, me topé con Venus in Fur y, aunque Joel Joan es mi debilidad desde los tiempos de Plats Bruts, debo admitir que el cartel de la obra me echó para atrás. En realidad no sé qué me hizo desconfiar más, si la artificiosa pose de los actores en la fotografía o la leyenda, a modo de reclamo: “DIVERTIDA SEXY ATREVIDA”.


Una semana más tarde recibía un WhatsApp de Cristina. Me proponía ir a ver Venus in Fur. Como no habíamos vuelto a hablar desde mi promesa -y yo no creo en las casualidades- decidí interpretarlo como una señal y esa misma noche nos citamos frente al Teatre Goya (Codorniu), en el Raval.


Venus in Fur es una obra basada en una novela. David Ives se inspiró en el libro homónimo, del escritor Leopold von Sacher-Masoch (que originó la corriente sado-masoquista) para escribirla. En la versión que Hèctor Claramunt ha traído al Teatre Goya, Àlex Novak (Joel Joan), un ambicioso dramaturgo, realiza un cásting en busca de la actriz que interpretara a Vanda Von Dunayev (Meritxell Calvo), la protagonista femenina de su obra, que casualmente también adapta la novela de von Sacher-Masoch. Se trata, por tanto, de teatro dentro del teatro, de una suerte de juego de muñecas rusas, en la que una historia esconde otra y ésta, a su vez, otra.

Escena de Venus in Fur

Guerra de sexos, juegos de poder o dominación entre géneros, son las denominaciones que, con más frecuencia, aparecen al buscar información sobre la obra. Temática a parte, yo prefiero quedarme con la parte interpretativa, y con el frontón dialéctico de dos personajes/actores que no se dan tregua, pero sobre todo con Meritxell Calvo -que le habla de tú a tú al siempre enérgico Joel Joan- una actriz tan desconocida como la debutante a la que interpreta,  y cuyo personaje va mutando a lo largo de la obra, a la velocidad que cambia de ropa, o se queda sin ella.



domingo, 21 de julio de 2013

El enigma Gironès

Pensar en un ídolo del deporte, en la historia reciente de Cataluña, que no haya perseguido jamás un balón parece hoy cosa de ciencia ficción, y sin embargo existió.

Hace menos de un siglo, el púgil catalán Josep Joan Gironès (1904-1982) llegó a ser tan popular como cualquiera de los messis o ronaldos actuales. El motivo: su palmarés. Gironès fue campeón de Europa durante siete años consecutivos, siempre en la categoría de los pesos pluma, en una época en la que el boxeo tenía tantos o más seguidores que el actual deporte rey.

El Crack de Gràcia o el Canari, seudónimos por los que también se le llegó a conocer, había nacido en el número 29 de la calle Llibertat, del barcelonés barrio de Gràcia. Con escasos 18 años se estrenó como profesional bajo la supervisión del ex boxeador Ángel Artero, que lo conduciría con mano de hierro hasta la obtención de los títulos de campeón de Cataluña (1925), de España (1928) y de Europa (1929), condición que conservaría hasta su retirada, en 1935, tras caer derrotado por K.O. frente al estadounidense Freddie Miller, en su único intento de asalto al título mundial.


Cartel del documental "138 Segons. L'enigma Gironès"
Cómo alguien, con un currículum deportivo tan brillante, pueda haber caído en un olvido tan clamoroso como en el que -todavía hoy- se halla Gironès, es una de las preguntas a las que Joan López Lloret intenta dar respuesta en '138 Segons. L'enigme Gironès'. Estrenado durante el último Festival Internacional de Documental de Barcelona, ‘138 Segons’ (tiempo que dura un asalto) reconstruye la vida del púgil, a través de testimonios de familiares y aficionados al boxeo.

De esta manera sabemos de su exilio a Francia, al finalizar la Guerra Civil, tras haber formado parte de la escolta de Lluís Companys -presidente de la Generalitat de Catalunya- y ser acusado de practicar torturas en las checas republicanas durante la contienda. Después de una estancia en el campo de concentración de Bram, se embarcaría hacia México, lugar donde se estableció y de donde nunca regresaría.

El documental nos retrata a un Gironès solitario (su mujer Dolors y su hija Lolita, de 9 años, no le acompañaron), que lleva una vida totalmente anónima y alejada del ring en el exilio;  que subsiste gracias a un empleo en la fábrica de galletas de su hermano Camilo, y que se sigue carteando con asiduidad con su hija, a pesar del paso de los años, hasta que ésta le explica que se ha prometido y Gironès finiquita el contacto con un: “A partir de ahora, a mí ya no me necesitas”.

Después pasa aún más tiempo, el suficiente incluso para que se demuestre su inocencia. Otro ex boxeador –éste de segunda- con el que también comparte nombre y un cierto parecido físico, admite en 1968 -en una entrevista con el periodista Josep Morera i Falcó para El Correo Catalán- que él había sido el autor de las torturas atribuidas al Crack de Gràcia, con el que durante años había fomentado ser confundido.

Con pocos recursos económicos, Gironès muere en una casa de beneficencia a los 78 años y su tumba sin nombre –todavía a fecha de hoy- pasa desapercibida entre otras muchas en el panteón español de Ciudad de México.

Las preguntas que no tienen respuesta suelen ser las más interesantes y el documental de López Lloret deja unas cuantas sin ella. Cuestiones como por qué la figura de Gironès no se ha llegado nunca a rehabilitar públicamente, por qué su familia no se reunió jamás con él en México o por qué no regresó a Barcelona, cuando ya ninguna causa pesaba sobre él, son cuestiones a las que posiblemente sólo se podría dar respuesta desde la ficción.

 

martes, 2 de julio de 2013

"El que coge un libro tiene que tener ganas de dejarse seducir"

Hace unos meses realicé una videoentrevista a Carlos Gámez -escritor barcelonés, ganador del IX premio Cafè Món 2012 con su novela Artefactos-  que por cuestiones de postproducción no ha podido ver la luz hasta ahora.

Carlos Gámez, autor de Artefactos

Carlos vuelve a ser noticia estos días  por formar parte de la recopilación de cuentos Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos, publicado por editorial Candaya.

En la entrevista que vais a ver, Carlos nos habla de Artefactos, pero también sobre sus influencias, sobre la relación entre ciencia y literatura, sobre la postmodernidad, sobre por qué leer y sobre el papel del escritor en el siglo XXI. Una clase magistral condensada en algo más de quince minutos en el ameno y accesible tono que caracteriza a este autor. 

Así que no tenéis excusa. ¿Qué es un cuarto de hora en toda una vida?.

lunes, 27 de mayo de 2013

La parte reptil

Carles, 34 anys, pare de bessons [i].

La frase se lee al pie de una foto donde un hombre de torso desnudo, toalla enroscada sobre los hombros y abdominales tableteras, mira al objetivo con actitud confiada y piel sudorosa. El anuncio -de una conocida cadena de clubs deportivos- hace tiempo que recibe al viajero frente a las taquillas del metro, recordándole que se borró del gimnasio tras la enésima subida del IVA.


En primera instancia podría parecer que el gancho publicitario es fallido, al menos para esa porción de público objetivo que no terminará de entenderlo y que tal vez se haga alguna de estas preguntas:

¿Es Carles un mal padre por dedicar largas horas de gimnasio a cultivar su abdomen en lugar de estar con sus vástagos?, ¿existirá alguna relación entre el deporte y la fertilidad?, si Carles fuese Carla, ¿luciría esas abdominales?
 

Dicen que la buena publicidad debe llegar de forma directa al inconsciente, a la zona más primitiva de nuestro cerebro -la parte reptil- la que hace suyo el mensaje sin objeciones y, todavía menos, sin preguntas. Si esta era la intención, la conocida cadena debería pedir a la agencia de publicidad que le devolviese su dinero. No así, si lo que buscaba era que el viajero retuviera su nombre a costa de generarle extrañeza. Porque en materia de publicidad -no nos engañemos- lo que de verdad importa es que hablen de uno.


Teorías al margen, lo que sí sabe el viajero es que en adelante, cuando vea el nombre de esta conocida cadena de clubs deportivos, no va a poder evitar acordarse de este anuncio y que la imagen del tipo sudoroso y de abdominales pétreas -que fue capaz de engendrar dos vidas simultáneamente- le acompañará hasta el fin de sus días con él.



[i] Carles, 34 años, padre de gemelos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Continuidad en el parque

La moto de Lucía toma velocidad en la bajada y se detiene de un frenazo frente a la cerca. Rondan las seis en una tarde soleada de mayo y, si no fuese por el tobogán, nada diferenciaría este parque de una estación de metro en hora punta.
 
Una madre de melena rubia y desordenada nos sujeta la puerta mientras Lucía forcejea con su moto, negándose a que la ayude. Le doy las gracias en catalán y me responde “Prego”, lo cual me recuerda que Gràcia –el mejor barrio de Barcelona según los lectores de TimeOut- haría parecer cualquier anuncio de Benetton cosa de aficionados.

Portada de la revista TimeOut Barcelona #268

Sin mediar palabra, Lucía abandona la moto a su suerte y emprende una carrera de reconocimiento por el parque, de la que regresa –apenas un minuto más tarde- con su primer botín: una pala y dos moldes para jugar con la arena. Fiel a su fijación de los últimos tiempos, uno de ellos representa a una vaca sonriente; el otro es un cerdito que desafía a las leyes de la naturaleza con su verde esmeralda, razón por la que, tal vez, luce un semblante más serio. Este aspecto no parece, sin embargo, preocupar en absoluto a mi hija y sí el hecho de su reducido tamaño: ¡Petitó, petitó![i], grita incansable mientras lo agita a escasos centímetros de mis narices.
 
Busco con la mirada a la víctima de su hurto, pero nadie parece echar en falta los juguetes. Intento entonces recabar alguna información a través de mi retoño, pero la niña parece haber entrado en bucle y no consigo arrancarle otra palabra que no sea el tamaño del cerdito.
-Tranquil·la, les ha agafat d’aquella capsa[ii]- me dice una madre autóctona, mientras intenta impedir que su hijo coma tierra. Siguiendo la dirección de su índice, descubro una caja de plástico tipo Ikea, situada en el centro de la zona de juegos de arena. Me acerco a investigar. Dentro del cuadrilátero demarcado con pequeños postes de madera hay, al menos, media docena de niños -ninguno de ellos mayor de tres años- que juegan con rastrillos, cubos y palas marcados con las iniciales “S.T”.  Todavía considerando la posibilidad de que los padres de algún Sergi Tomás  hayan decidido deshacerse del excedente acumulado en material de playa, caigo en la cuenta de que la mencionada caja luce el letrero Social Toys y la url de un blog.
 

Durante la siguiente hora me dedico a observar -confieso que también a vigilar- a los niños y padres que usan estos juguetes.  Nadie, a excepción de mí,  parece sorprendido por la presencia de la caja y los padres muestran el gesto relajado del que sabe que no tendrá que preocuparse por recorrer el parque en busca de los juguetes de su hijo cuando se marche.

Considero la posibilidad de que haya una cámara oculta, pero entonces caigo en la cuenta de que estamos en un parque de Gràcia. Una tras otra, las familias van abandonando el lugar, no sin antes depositar los juguetes utilizados en la santa caja, que garantizará su continuidad en el parque.

Cuando llega nuestra hora, Lucía intenta llevar consigo el cerdito contranatural, pero la obligo a devolverlo, prometiéndole que regresaremos a jugar con él. Nada convencida de mis argumentos, recupera la moto y emprendemos la vuelta a casa.

Lucía avanza con dificultad por la subida de Passeig Sant Joan. Como siempre, no me deja que la ayude.



[i] ¡Pequeñito, pequeñito!
[ii]  Tranquila, los ha cogido de aquella caja.